martes, 14 de mayo de 2013

Entre el orgullo y la dignidad

         Hace poco leí que el orgullo es como una espada samurái: te permite vencer a todo aquél que intente atacarte, pero es más elegante cuando está enfundada. Sin embargo, difiero en que nos permita vencer limpiamente; las victorias basadas en el orgullo las considero sucias. Es más, siempre he dicho que no existe peor competición que la del orgullo; sobre todo, porque todos los que participan en ella salen derrotados. Quizá esta manera de pensar sea el resultado de salir muchas veces "escocida" de las situaciones por culpa de él.

          Reconozco que antes era muy orgullosa; mi carácter era demasiado cuadriculado, me costaba reconocer mis errores y, si el resto no era capaz de aceptar como era yo, no era merecedor de mi amistad. Radical era la palabra que mejor me definía. Reconozco también que, de niña, más que orgullosa era soberbia. Recuerdo que, en 5º de Primaria, la maestra de Educación Física me bajó la nota dos puntos a causa de ésta. Era el trimestre del fútbol, yo jugaba desde los nueve años en un equipo con chicos y no soportaba que me pusiera con lxs compañerxs que no sabían jugar. En lugar de aprovechar la ocasión para enseñarles las reglas, la colocación y potenciar el trabajo en equipo, me adueñaba del balón y cada vez que me metían la pierna ponía el grito en el cielo: "¡¡ES QUE NO SABÉIS!!". Hablaba Pelé... Como además era (soy) excesivamente exigente con mis notas, ese 7 me bajó de la nube. Primer guantazo a la moral, adiós soberbia.

         Existe una clara diferencia entre la soberbia y el orgullo; la primera te impide ver que cometes errores, por lo que es prácticamente imposible apartarla. Solo con nombrar la palabra soberbia se puede apreciar el gran peso que tiene. Yo la menciono con mucho respeto, no quiero volver a enfrentarme a ella. El orgullo no es tan opaco como la soberbia ni tiene tanto peso; te permite ver que, posiblemente, no estés haciendo las cosas bien; sin embargo, lo que provoca es que pienses que el/la de enfrente las está haciendo peor (que, por otra parte, puede que sea cierto).


           Todxs hemos sido víctimas de la arrogancia, de que por nuestra boca haya salido "Por mis cojones que...". A veces el tiro nos sale bien, conseguimos lo que queremos y además nos crecemos "porque no he tenido que ir detrás para salirme con la mía", en lugar de apreciar el valor que ha tenido la otra persona para acercar posturas por el bien recíproco. Como digo, victoria sucia. Pero también hay ocasiones en las que el tiro nos sale como el culo y ocurre cuando la otra persona piensa exactamente igual que unx mismx; a ver cómo unimos dos polos negativos.

           ¿En qué momento decidimos apartar el orgullo? Cuando el egoísmo aparece; sí, sí, el egoísmo. Nos han educado viendo el egoísmo como algo peyorativo. Que nadie me malentienda, que el egoísmo desmedido es una de las peores cualidades personales. Hablo de un egoísmo positivo:
No me siento bien con esta situación, este tira y afloja no me lleva a ningún lado. Quiero mi bienestar emocional y si eso implica dar mi brazo a torcer, lo voy a hacer.

            ¿Qué quiero decir con esto? Ahí va el tópico: si tú no miras por ti, nadie lo va a hacer. No es un delito mirar por unx mismx y por el bien personal, pero sí lo es morderse la lengua y pasarlo mal esperando a que la otra persona se arrastre. Otro delito es pensar que apartar el orgullo es equivalente a arrastrarse. Nos empequeñecemos y nos infravaloramos a la vez que engrandecemos a la otra persona: "que haya tenido que ser yo -otra vez- quien vaya detrás..."

             Pero... ¡OJO! Existe una línea que separa el orgullo de la dignidad, una línea tan delgada que no todos los ojos pueden apreciarla. Hay momentos en la vida en que sustituyes el "Por mis cojones que..." por el "No merece la pena seguir gastando mi tiempo y mis energías en algo o alguien que no lo ha hecho antes por mí". Esto suele ocurrir después de apartar el orgullo unas cuantas veces sin resultados satisfactorios, cuando el bienestar no aparece y la angustia persiste. Cuando llega la hora de decir JA N'HI HA PROU!.


Apartar el orgullo, reconocer los propios errores y pedir perdón es un signo de valentía, madurez y autoestima, pero anteponer la dignidad lo es más.



Marley.

3 comentarios:

  1. Gran entrada, aunque sea muy personalista y solo comparta hasta cierto punto, pero sin discrepar del fondo de la cuestión.
    Enhorabuena por el blog. Acabo de descubrirlo y la imagen de fondo me ha ganado ya desde el principio siendo una de los cuadros favoritos de uno de mis pintores favoritos.

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    1. Muchas gracias por tu comentario, Damián :). Intento que sea lo menos personalista posible, pero este tipo de reflexiones son fruto de experiencias y es difícil expresarse con objetividad jeje. Me gusta que me hagáis saber que compartís y discrepáis de lo que pienso, es un placer nutrirme de ello y seguir aprendiendo. Poco a poco iré trabajándolo ;). ¡Un abrazo!

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    2. Y yo seguiré pasando para disfrutarlo.

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