martes, 21 de mayo de 2013

Yo de mayor quiero ser un niño

      Lxs que convivimos frecuentemente con niñxs hemos podido escuchar en más de una ocasión: 
"¡Qué ganas tengo de hacerme mayor!"
La respuesta que me surge siempre es: "¡te lo cambio!".

     Voy a contaros un secreto: tengo el Síndrome de Peter Pan. Sí, lo admito, y no me avergüenzo de ello; más bien me enorgullezco. No me gusta hacerme mayor, por eso creo que estudio Magisterio en Educación Infantil; quiero dedicar mi vida a trabajar con, por y para lxs niñxs. Sé que no voy a volver a tener cuatro años, pero rodearme de personas con esta edad hace que me impregne de su energía, su curiosidad, su inocencia e ingenuidad -sí, aún me queda algo, aunque cueste de creer-, su capacidad de asombro, su espontaneidad, su transparencia y ausencia de filtros. He de decir que esto último suele traerme problemas en alguna ocasión; aún existen personas que creen que lo políticamente correcto es lo correcto. Ilusos...

     No hay que confundir el Síndrome de Peter Pan con la inmadurez, son conceptos totalmente distintos, por lo que no se deben relacionar entre ellos. Ahora que lo pienso, ¿qué es la inmadurez?

       Tampoco hay que confundir el hacerse mayor con crecer, también son conceptos bien diferentes. Crecer es inevitable mientras unx vive; crecemos físicamente, moralmente, culturalmente. Hacerse mayor es optativo, es como la típica asignatura de créditos de libre elección que solo escogerías para hacer bulto en la matrícula. Asignatura que, en la actualidad, no nos plantearíamos ni de lejos matricularnos; está el patio como para matricularse a lo tonto... Porque, no sé si lo sabéis, pero las matrículas universitarias NO cuestan cuatro cañas al mes ni 500 euros, como dice el prestigioso periodista Alfonso Rojo.

martes, 14 de mayo de 2013

Entre el orgullo y la dignidad

         Hace poco leí que el orgullo es como una espada samurái: te permite vencer a todo aquél que intente atacarte, pero es más elegante cuando está enfundada. Sin embargo, difiero en que nos permita vencer limpiamente; las victorias basadas en el orgullo las considero sucias. Es más, siempre he dicho que no existe peor competición que la del orgullo; sobre todo, porque todos los que participan en ella salen derrotados. Quizá esta manera de pensar sea el resultado de salir muchas veces "escocida" de las situaciones por culpa de él.

          Reconozco que antes era muy orgullosa; mi carácter era demasiado cuadriculado, me costaba reconocer mis errores y, si el resto no era capaz de aceptar como era yo, no era merecedor de mi amistad. Radical era la palabra que mejor me definía. Reconozco también que, de niña, más que orgullosa era soberbia. Recuerdo que, en 5º de Primaria, la maestra de Educación Física me bajó la nota dos puntos a causa de ésta. Era el trimestre del fútbol, yo jugaba desde los nueve años en un equipo con chicos y no soportaba que me pusiera con lxs compañerxs que no sabían jugar. En lugar de aprovechar la ocasión para enseñarles las reglas, la colocación y potenciar el trabajo en equipo, me adueñaba del balón y cada vez que me metían la pierna ponía el grito en el cielo: "¡¡ES QUE NO SABÉIS!!". Hablaba Pelé... Como además era (soy) excesivamente exigente con mis notas, ese 7 me bajó de la nube. Primer guantazo a la moral, adiós soberbia.

         Existe una clara diferencia entre la soberbia y el orgullo; la primera te impide ver que cometes errores, por lo que es prácticamente imposible apartarla. Solo con nombrar la palabra soberbia se puede apreciar el gran peso que tiene. Yo la menciono con mucho respeto, no quiero volver a enfrentarme a ella. El orgullo no es tan opaco como la soberbia ni tiene tanto peso; te permite ver que, posiblemente, no estés haciendo las cosas bien; sin embargo, lo que provoca es que pienses que el/la de enfrente las está haciendo peor (que, por otra parte, puede que sea cierto).

lunes, 6 de mayo de 2013

El tiempo

"El tiempo pone a cada uno en su lugar."
"Tiempo al tiempo."
"El tiempo es oro."
"No me ha dado tiempo."
"Necesito tiempo."
"No tengo tiempo."
"Es mejor que nos demos un tiempo."
"El tiempo lo dirá."
"El tiempo lo cura todo."
(...)

El tiempo lo sabe todo, nunca se equivoca. Confío más en él que en mí y en mi criterio para decidir sobre las cosas, sobre la vida. Sobre mi vida.

       El tiempo: ese concepto tan abstracto sobre el que volcamos toda la responsabilidad de nuestros actos... o la ausencia de estos. Nos aprovechamos de que el tiempo no se puede pronunciar ni defender para huir o esquivar muchas decisiones que deberíamos tomar con el fin de mejorar -se supone- nuestra vida. Esto nos lleva a otro concepto, también abstracto: la cobardía.