Lxs que convivimos frecuentemente con niñxs hemos podido escuchar en más de una ocasión:
"¡Qué ganas tengo de hacerme mayor!"
La respuesta que me surge siempre es: "¡te lo cambio!".
Voy a contaros un secreto: tengo el Síndrome de Peter Pan. Sí, lo admito, y no me avergüenzo de ello; más bien me enorgullezco. No me gusta hacerme mayor, por eso creo que estudio Magisterio en Educación Infantil; quiero dedicar mi vida a trabajar con, por y para lxs niñxs. Sé que no voy a volver a tener cuatro años, pero rodearme de personas con esta edad hace que me impregne de su energía, su curiosidad, su inocencia e ingenuidad -sí, aún me queda algo, aunque cueste de creer-, su capacidad de asombro, su espontaneidad, su transparencia y ausencia de filtros. He de decir que esto último suele traerme problemas en alguna ocasión; aún existen personas que creen que lo políticamente correcto es lo correcto. Ilusos...
No hay que confundir el Síndrome de Peter Pan con la inmadurez, son conceptos totalmente distintos, por lo que no se deben relacionar entre ellos. Ahora que lo pienso, ¿qué es la inmadurez?
Tampoco hay que confundir el hacerse mayor con crecer, también son conceptos bien diferentes. Crecer es inevitable mientras unx vive; crecemos físicamente, moralmente, culturalmente. Hacerse mayor es optativo, es como la típica asignatura de créditos de libre elección que solo escogerías para hacer bulto en la matrícula. Asignatura que, en la actualidad, no nos plantearíamos ni de lejos matricularnos; está el patio como para matricularse a lo tonto... Porque, no sé si lo sabéis, pero las matrículas universitarias NO cuestan cuatro cañas al mes ni 500 euros, como dice el prestigioso periodista Alfonso Rojo.